
Ella se había marchado para siempre y su ausencia quemaba cada rincón, cada suspiro, cada palabra.
Observaba la tristeza de su padre siempre con una lágrima a punto de desbordarse y una mueca a modo de sonrisa pero se sentía tranquila y feliz porque seguía conservando la misma ternura cuando la miraba.
En ocasiones le oía llorar en el silencio de la noche y acudía despacito a posar un suave beso en su frente y así aullentar cualquier mal sueño que pudiera asustarle. Se acostaba a su lado y cogía sus manos para alejarle de todos sus miedos.
Esa tarde le vio especialmente triste con la mirada perdida y una foto de los tres en la mano la cual de vez en cuando hundía en su pecho.
-Papá por que no la llamamos y le decimos que vuelva? Ya hace muchos días que se fue.
-Mi niña, sabes que un día tuvo que irse a un lugar lejano de donde no puede volver aunque ella lo desee.
-Por eso lloras por las noches? -Es que te da miedo dormir solo?
-Si cariño, la echo mucho de menos.
No dijo nada, salió de la habitación y casi de puntillas para no ser oída, entro en el dormitorio de sus padres, sacó del armario algunas prendas de su madre y se vistió con ellas.
Al momento apareció y acercándose con una gran sonrisa le beso y susurro al oído:
-No te preocupes por nada, a partir de ahora yo seré mamá.
Gala